
Día de la Medicina: Nunca se rinden, desafían enfermedades y luchan contra la muerte restaurando la salud de los niños del INSN- Breña



Conozca la historia de cuatro médicos que nacieron destinados para esta profesión, de servicio al prójimo, entre ellos la jefa del Servicio de Emergencia que realizó múltiples oficios como preparar y vender cebiche, pasteles, limpiar casas para poder concluir su carrera y además hace poco su hijito de 7 años con leucemia la ayudó a concluir su maestría.
Ser médico no solo es una profesión, es un camino de vida que reivindica lo mejor de las virtudes: el profundo sentido de servicio al prójimo, así como empatía y compromiso con la salud y el bienestar. El llamado a servir a través de la medicina, en ocasiones sucede a muy temprana edad, como ocurrió a varios de los 624 especialistas que laboran en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) que desde su infancia sabían que iban abrazar esta carrera y para llegar a la gloria pasaron por todo un vía crucis. Ellos celebran este sábado 5 de octubre el Día de la Medicina Peruana.
“HICE MÚLTIPLES OFICIOS. VENDÍ CEBICHE, LIMPIÉ CASAS PARA PODER TERMINAR MI CARRERA Y MI HIJITO CON LEUCEMIA ME AYUDÓ A CONCLUIR MI MAESTRÍA”.
La Dra. Alicia Reyna Alcántara de Sotelo (47), jefa del Servicio de Emergencia, natural de Chimbote, proviene de una familia de bajos recursos económicos. Considera que siempre le gustó ser competitiva, se ponía retos y muestra de ello es que no descansó hasta conseguir sus objetivos. Era muy sobresaliente en los estudios y los deportes. Ocupó el primer puesto en toda su etapa escolar y en la universidad, y también es toda una deportista que la ha llevado a obtener 80 medallas en total en disciplinas como karate -a nivel internacional-, atletismo (hasta 42 kilómetros en cuatro oportunidades), ciclismo (110 kilómetros), natación y hace poco se coronó escalando al cráter del Misti.
Su madre fue técnica en enfermería y desde muy pequeña la acompañaba a su trabajo, en el hospital, y ahí descubrió el llamado a la medicina para servir al prójimo y ello se reforzó con su fe inquebrantable a Dios de ayudar a los demás. “Mis padres siempre me inculcaron el servicio a los demás, siempre a ayudar. Si tienes un pan en la mesa de tu casa o una fruta hay que compartir con el que lo necesita me repetía mi madre”, recuerda.
Al igual que cientos de jóvenes, anhelaba estudiar la carrera de Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pero por la falta de recursos económicos no pudo salir de su querido Chimbote. Sus padres no contaban con un dinero extra para rentar un cuarto alquilado en la capital y tampoco para pagar una pensión.
En ese entonces, en dicha ciudad norteña, la Universidad Privada San Pedro abrió sus puertas. Dejó pasar el examen de admisión de los primeros puestos de colegios. En la segunda convocatoria de prueba, sus padres la animaron para que se presentara y vea su rendimiento y así postuló a la Facultad de Medicina. Ingresó con el primer puesto en cómputo general y ocupó el primer puesto en la referida facultad. “Respondí las 100 preguntas y no fallé en ninguna. Me dieron una beca para el primer año de estudios y continue la carrera becada porque en todos los ciclos obtenía el primer lugar. Indudablemente sin la beca no hubiera continuado”, manifestó.
Sin embargo, en el cuarto año de estudios tuvo que enfrentarse a la vida junto a su hermano menor al quedarse solos en el país. Su padre había emigrado a Estados Unidos y cayó enfermo que lo llevaron a estar meses en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por lo que su madre viajó para atenderlo ese tiempo. Allá asumieron una fuerte deuda. Alicia Reyna se las ingenió para sobrevivir y realizó múltiples oficios. Preparaba cebiche, chicha, tortas y los vendía en la puerta de su casa; limpiaba casas y hasta hacía trabajos de sus compañeros de la universidad. El dinero le alcanzaba para las copias de libros, trabajos, pasajes, alimentación y gastos de servicios.
Eso solo era el inicio de una larga travesía. Tras culminar sus estudios realizó su internado en el hospital La Caleta, en Chimbote, donde le nació el arraigo por la atención a los niños. Al concluir viajó a Lima, que era su meta, e hizo su Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud (SERUMS) en un centro de salud en Musa, en La Molina. Llegó a vivir en lo alto de un cerro en dicha zona, donde no había ni agua ni luz.
Se ganó el cariño de los pacientes que siempre le dejaban un pan, una fruta, como agradecimiento y para ella era una bendición porque no percibía ingresos. A través de un sacerdote misionero que era de Chimbote, al que encontró en la capital, le recomendó con el dueño de un policlínico -ubicado en Ventanilla- que buscaba un médico. Empezó a laborar y le pagaban por destajo. Se levantaba a las 4:00 a.m. para tomar el bus y viajar tres horas desde La Molina hasta Ventanilla. Y también cumplía el horario en el centro de salud. Dormía escasas horas y muchas veces no tenía ni tiempo para comer. “Nunca me faltaron pacientes desde el primer día. Me pedían cubrir los consultorios. Me iba muy bien como médico general. Pese a que había pediatras los usuarios pedían consultas conmigo”, sostuvo.
Posteriormente se casó con su colega trujillano, a quien conoció en el internado del Hospital La Caleta. Ya juntos realizaron planes para seguir superándose. Todas las noches estudiaban para el Concurso Nacional de Admisión al Residentado Médico de la Universidad Federico Villarreal, ella para Pediatría y él para Medicina Interna. Postularon e ingresaron. Reyna ocupó el primer puesto por lo que tuvo la oportunidad de escoger la subespecialidad Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) para realizar sus estudios que duró tres años.
Tras concluir el residentado la llamaron para trabajar en el Servicio de Emergencia del INSN. Todo marchaba bien hasta cuando hace dos años (2022) su vida cambió por completo: a su hijo de 7 años le diagnosticaron leucemia.
“Mi hijo amaneció sin ganas de levantarse de la cama. Uno como emergencista del Instituto tiene en su mente todos los diagnósticos posibles que podrían dar a una persona por más que parezca insignificante. Yo misma hice la orden de exámenes y lo llevé a un laboratorio clínico cerca de mi casa. Horas después, a mi esposo le dijeron los resultados: leucemia linfoblástica aguda”, recordó la Dra. Alicia Reyna.
Ellos no contaban con seguro de salud privado. No habían concebido que alguno de su familia iba a tener cáncer. “Éramos conscientes que el tratamiento era costoso. Así que mi niño hizo uso del seguro de EsSalud. Fue una batalla larga. Me interné con mi hijo. Pedí licencia de un año en el INSN. Presentó muchas complicaciones. Hizo pancreatitis, peritonitis. Estuvo hospitalizado bastante tiempo con neumonía bilateral 90%. Realmente Dios intercedió. Yo soy muy católica, muy creyente. Nunca perdí la esperanza. Mi hijo se curó”.
La jefa del Servicio de Emergencia contó que con esta amarga experiencia que le tocó vivir palpó el sistema de salud como usuaria y la llevó a estudiar una maestría en Gestión de Salud. “Estuve a punto de dejar la maestría porque mi hijo necesitaba la atención completa y él me dijo “mamá yo te voy a ayudar a estudiar y se me partió el alma por segunda vez” y así fue, me apoyaba con las lecturas y terminé”, manifestó.
Si bien a la Dra. Alicia Reyna se le presentaron dificultades en el camino, está convencida que en cada una de ellas obró Dios al presentársele oportunidades que no las desaprovechó. “La vida te lo da Dios y te da dones para que uno lo sepa aprovechar. Me dio el don de tener conocimientos y lo supe aprovechar en todos sus momentos. Frente a una dificultad se me presentaba una oportunidad y tuve bien a tomarlas. Me ha puesto a personas en el camino que han sido mi cimiento para seguir adelante, entre ellos mis padres a los que volví a ver después de 20 años que retornaron al enterarse de la salud de mi hijo”.
Este año asumió la referida jefatura y está avocada a innovar el sistema de salud en el Servicio de Emergencia. “Mi objetivo es que cambie el sistema de salud desde la puerta de ingreso del Instituto. El personal es capacitado constantemente entre ellos los vigilantes que reciben charlas de primeros auxilios de Reanimación Cardiopulmonar (RCP). El Instituto debe ser un hotel hospitalario de atención de cinco estrellas al paciente. Que se sienta que está en un jardín de niños donde todo es color, dibujos. Por qué un niño pobre no puede recibir una atención de calidad como en una clínica de primera y tantas cosas por hacer”.
La doctora acotó que uno es médico no solo cuando se pone el saco o la bata blanca, sino dentro y fuera del Instituto, a cualquier hora del día. A lo largo de su carrera, en todo este tiempo de emergencista, ha visto infinidad de casos. “Hemos revivido a niños ya muertos”, concluyó.
“DECIDÍ SER MÉDICO A LOS 5 AÑOS TRAS ESTAR INTERNADA SEIS MESES EN UN HOSPITAL”.
La cardióloga pediatra, Dra. Silvia Alegre (63), jefe del Servicio de Cardiología, estudió la carrera en la Universidad Federico Villarreal. Ingresó en el primer intento. Labora 30 años en el INSN. Es catedrática en la Universidad San Martín y docente invitada en la UNMSM. “Nada en la vida es fácil. Todo es en base a esfuerzo y seguir adelante empujando. Siempre va a ver baches. De uno depende aprender y mejorar en la siguiente traba que se te presente en la vida”, comenta la especialista, quien desde el tercer año de estudios laboró como ayudante en su facultad que le sirvió para cubrir gastos de sus trabajos y hartas copias de libros.
Ella nos cuenta que a los 5 años decidió ser médico tras pasar seis meses internada en un hospital. “Tuve un problema de salud delicado con múltiples diagnósticos. Después de seis meses recién dieron con el diagnóstico definitivo: hernia diafragmática. Esto me marcó. No quise que más niños pasaran por lo mismo sin saber exactamente el mal que aquejaban”, dijo.
Recuerda como anécdota de que en sus inicios, en una de sus guardias, en el turno noche, asumió la jefatura porque su colega no llegó por una emergencia y se moría de miedo. “Veía a niños de forma eventual, manejado siempre con el pediatra al lado. Ese día tuve que estar con mis libros para ir revisando. Me moría de miedo, literal”, cuenta.
A lo largo de su trayectoria profesional ha visto numerosos casos difíciles, muchos de ellos con resultados positivos y algunos con un desenlace fatal que duele hasta el alma. Uno de los casos que le ha impactado es de un niño, José (6), quien ingresó transferido de otro centro. Presentaba las enzimas cardíacas muy elevadas. Lo dejó respirando bien y también su frecuencia cardíaca. Al regresar a los dos días lo encontró entubado. El pequeño murió. La necropsia reveló que la causa de la muerte era fibrosis. “No había músculo. No entendimos cómo es que vivió todo ese tiempo. El músculo del corazón se había fibrosado por la evolución”, precisó.
“JESUCRISTO APARECIÓ DETRÁS DE MÍ, QUEDÉ IMPACTADO”.
El pediatra nefrólogo, Dr. Mario Humberto Encinas Arana (62), jefe del Servicio de Nefrología, quien tiene 33 años ejerciendo la medicina y 30 de ellos en el INSN, se formó en esta noble profesión en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Aprovechó al máximo su don de conocimientos que le permitió obtener el Premio de Excelencia y estudió becado la primaria y secundaria en el colegio Claretiano. Su esposa es oftalmóloga y tiene tres hijos. “Nos entendemos y nos compenetramos en las tantas veces difícil y absorbente carrera que es la medicina (por el tiempo)”, sostiene.
“Mi decisión de estudiar medicina fue desde niño y básicamente estaba fundamentado en el servicio, en querer ayudar a los demás, en querer aliviar el dolor. Mi madre me inspiró con su vocación de ayuda y también influyó la labor de mi tío que era médico y el primo de mi papá”, recordó el Dr. Encinas.
Durante su SERUMS, le tocó entrenarse en postas médicas de las zonas de Montenegro y Cruz de Motupe, las más olvidadas de San Juan de Lurigancho. El 80% de pacientes que atendía eran niños por lo que se inclinó en la especialización de pediatría. La realidad que vivió ahí lo llevó a plantear el trabajo cercano con la población y lo logró. “Se hacían campañas. Los médicos salíamos de las postas y estábamos más cerca de los vecinos que a muchos les resultaba difícil ir o dejar a sus hijos solos”, recuerda.
El también expresidente de la Sociedad Peruana de Pediatría, y actualmente Concejero de la Asociación Latinoamericana de Nefrología Pediátrica, le marcó el caso de su paciente Dilan (8) hace muchos años. “El niño estaba en un estadio muy grave. Médica y humanamente no tenía posibilidades de vivir. Acudí a UCI para examinarlo y me encontré con la madre. Mientras le hablaba, la progenitora se puso a rezar. Y Luego me dijo, que la imagen de Jesucristo se le apareció en la ventana, detrás de él. Yo quedé impactado. El niño en los siguientes días evolucionó favorablemente y se curó. Considero que fue un milagro y que Dios intercedió a través de nosotros”, recordó.
“HACÍAMOS COLECTAS PARA SALVAR A LOS PACIENTES”.
El amor por la carrera de medicina, le nació al cardiólogo pediatra Carlos Mariño a los 15 años cuando estuvo internado en el Hospital de la Policía Nacional con el diagnóstico: neumonía intensa, derrame pleural. Estuvieron a punto de colocarle un dren torácico. “Gracias a los médicos y a las oraciones de mis padres salí bien”, recordó el especialista.
El Dr. Mariño, quien tiene 25 años ejerciendo la profesión y 22 de ellos en el INSN, ha realizado 3 mil cateterismos sin necesidad de una cirugía a corazón abierto. Indicó que el personal está en constante capacitación e innovando procedimientos a beneficio de la salud de los pacientes. “En cada área los médicos tratamos de mejorar en procedimientos que solo se hace en nuestra institución como es el implante percutáneo de válvula pulmonar sin cirugía cardiaca que es a través de un catéter”, precisó.
El especialista -catedrático en UNMSM y en la USMP- señaló que antes de la existencia del Seguro Integral de Salud (SIS), los médicos demostraban su espíritu solidario. “Llegaban niños cuyas vidas estaban al borde de la muerte. Requerían operaciones en el acto, válvulas, donación de sangre. Las familias no tenían dinero. Eran muy humildes. Todos hacíamos una colecta para salvar al paciente. Donábamos sangre, nos movíamos rápido. Uno de los últimos fue un dispositivo que costó S/2500, una fuerte suma de dinero en esos años. La mejor satisfacción para todos es ver recuperado al niño”.